
La travesía de un museo marítimo octogenario
Fue herencia directa del Museu Marítim de Catalunya, un proyecto impulsado desde la Generalitat que nació en plena Guerra Civil, pero que nunca llegó a abrir sus puertas por culpa de la contienda. Eso sí, sirvió para asentar los pilares del futuro museo, que se inauguró en enero de 1941 en presencia de las máximas autoridades de la marina, la política y la vida cultural y religiosa del franquismo. Daba así comienzo, en un periodo convulso y precario, el Museu Marítim de Barcelona (MMB), albergado en las Drassanes Reials (Atarazanas Reales), uno de los astilleros medievales más grandes del mundo que durante años se vio forzado a servir a finalidades militares. Tras numerosas inversiones y el trabajo ingente de muchos profesionales durante ocho décadas, poco se parece al actual aquel escuálido y malherido museo y el edificio que lo acoge.
La apertura estaba prevista para octubre de 1939, pocos meses después de que la entrada de las tropas franquistas en Barcelona pusiera fin al proyecto del Museu Marítim de Catalunya. En aquel momento, era imposible disponer de un equipamiento en condiciones por las severas restricciones económicas y con plazos tan exiguos para presentar el museo en sociedad. Sin embargo, las motivaciones políticas llevaron a fechar su inauguración a principios de 1941. En plena postguerra, el resultado fue mucho más modesto de lo concebido inicialmente y, aunque se recuperaron más de 1.500 objetos, con las prisas se quedaron algunos aspectos por resolver como una rotulación adecuada de las piezas.


Desde entonces se acogió a visitantes cada día por la mañana excepto los lunes, en un horario que se fue ampliando de forma progresiva. El precio de la entrada se estableció en una peseta y, el primer día de pago, el museo recibió una afluencia de 613 usuarios. La novedad que comportaba este patrimonio poco conocido y la oportunidad de acceder al edificio de las Drassanes Reials fueron un factor clave, aunque el conjunto arquitectónico se encontraba muy deteriorado por la Guerra Civil y necesitaba restaurar la mayoría de sus naves, muchas de ellas a la intemperie y sin techumbre.
La afluencia fue disminuyendo con el paso de los meses. Los primeros años estuvieron marcados por la precariedad que imponía la falta de recursos económicos. Poco a poco, los otrora astilleros iniciaron su proceso de restauración y, con ella, llegó la ampliación del espacio expositivo. Sin embargo, durante la rehabilitación, surgieron problemas estructurales, con deficiencias provocadas por la humedad, el frío o la incidencia del sol, y que afectaba directamente a la conservación de las colecciones expuestas. También se le añadirían sucesos imprevisibles, como las inundaciones provocadas por las lluvias de octubre de 1951 o daños en las vigas provocados por termitas. Además, la ausencia de vigilancia nocturna, sumada a las grandes dimensiones del edificio, convirtieron los astilleros reconvertidos a museo marítimo en presa fácil y apetecible para los ladrones.
A pesar de todas las penurias, el museo resistió. En 1957, llegó al recinto una réplica a escala real del ‘Santa María’, la embarcación con la que Colón navegó a América. A partir de aquí, el museo incrementó notablemente sus colecciones mediante donaciones, adquisiciones y producciones del taller en las dos décadas posteriores. También aumentó las superficies de exposición y celebró actos públicos y exposiciones en su interior. En este periodo expansivo de la propuesta museística, fue clave la figura de José Martínez-Hidalgo, que durante 25 años dirigió el museo. Su idea era convertirlo en un centro de primer orden dedicado a la cultura marítima y, para lograrlo, viajó al extranjero para captar las tendencias de otros recintos. Martínez-Hidalgo también expresó, cuando tomó posesión de su cargo, su voluntad de concebirlo como un centro cultural con finalidades pedagógicas e informativas, además de patrimoniales.
En esos años, se propuso la elaboración del primer catálogo del museo y la construcción de una réplica de la ‘Galera Real’ de Juan de Austria en la Batalla de Lepanto. Esta pieza, cuya construcción se realizó en la década de los 60, reavivó las tareas del taller de restauración del museo. A pesar del deslumbrante astillero que acoge el Museu Marítim de Barcelona, el edificio no fue declarado bien cultural de interés nacional hasta 1976, en plena Transición Española. Esta época también ha dejado en las hemerotecas numerosos rastros de las disputas entre las dos instituciones encargadas de gestionar el espacio: el Ajuntament de Barcelona, propietario del edificio, y la Diputació de Barcelona, propietaria del museo. Para superar la pugna y pacificar las relaciones entre ambas administraciones, fue esencial la firma de un convenio en los años ochenta para la constitución definitiva de un patronato del museo.
El museo ha resistido todo tipo de desventuras, desde penurias y termitas hasta disputas entre instituciones
A finales de esa misma década, el Museu Marítim de Barcelona inició uno de sus procesos más ambiciosos: dedicar la totalidad del recinto a usos museísticos. El proyecto de cambio y reordenación del complejo culminó en 1993, con la creación del Consorci de les Drassanes, que agrupó a tres instituciones estrechamente relacionadas con el museo: la Diputació, el Ajuntament y la Autoridad Portuaria de Barcelona. En los años posteriores, se reforzó la apuesta por la restauración del conjunto arquitectónico y la elaboración de un nuevo discurso y museografía según las demandas de los visitantes. A esto se le añadió, en 1997, la adquisición del pailebote ‘Santa Eulalia’, uno de los últimos veleros dedicados al transporte de mercancías en el Mediterráneo.
La entrada del museo en el nuevo milenio sirvió para fortalecer la mayoría de proyectos iniciados en 1993, además de proseguir los trabajos de rehabilitación del edificio. De hecho, en el periodo de 2010 a 2013, las obras de restauración que llevaba a cabo sacaron a la luz una necrópolis romana en el subsuelo, diversos hallazgos de la Baja Edad Media y también de la época moderna.
Después de 80 años, los participantes de su inauguración en 1941 tendrían serias dificultades para reconocer el edificio y el espacio. Las colecciones se han ampliado, las inversiones se han diversificado, la tecnología ha cambiado y el lenguaje expositivo se ha acercado al público de hoy. Lo que un día empezó en un reducido espacio de las Drassanes Reials se ha convertido en un recinto polivalente y la referencia marítima de la ciudad tras la finalización de su proyecto museístico en 2019.
FONDOS Y COLECCIONES DEL MUSEO
El Museu Marítim de Barcelona también se ha consolidado durante todos estos años como un referente en el ámbito de la documentación y de la investigación. Dispone de un extenso archivo histórico con volúmenes editados antes del 1900, entre los que se incluyen tratados de construcción naval o de navegación. El servicio busca organizar y custodiar la documentación para facilitar su consulta, en un fondo que aúna numerosas manifestaciones de la cultura marítima y su patrimonio. Asimismo, cuenta en su archivo con numerosas colecciones fotográficas y de publicaciones tanto antiguas como actuales. Para poner todo este acervo a disposición del público, permite su consulta a través del servicio de biblioteca, lanza colecciones y muestras que se pueden consultar online y realiza tareas de conservación preventiva y restauración, entre muchas otras actividades e iniciativas divulgativas.