
Un viaje hasta la última colonia para asegurar la salud del imperio
Poner sobre la mesa la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna es hacer referencia a la primera campaña de vacunación a nivel internacional. Se trata de la “gesta científica y sanitaria más importante de la época colonial y considerada la mayor hazaña llevada a cabo por la Corona Española por sus beneficios y repercusiones sanitarios y administrativos”, tal y como la califica Susana María Ramírez, autora del libro ‘La Salud del Imperio’. La puesta en marcha de esta expedición aceleró la erradicación de la viruela, a la que la Organización Mundial de la Salud (OMS) no dio por eliminada hasta el pasado siglo XX.
Aunque ahora la logística de las vacunas esté a la orden del día, fue tan solo hace tres siglos cuando se planificó por primera vez la distribución de una a nivel internacional, si bien de una forma bien distinta. Este hito histórico llegó de la mano de Carlos IV, hijo y sucesor de Carlos III, que accedió al trono español en 1789, después de que la viruela hubiese marcado fuertemente a la dinastía Borbón y en un momento en el que la situación en las colonias españolas era crítica.

“Llegan a la mesa del Rey noticias de los estragos que estaba haciendo la viruela en Santa Fe de Bogotá”, explica la autora del libro ‘La Salud del Imperio’. La vacuna ya había llegado allí gracias a un doctor, don Lorenzo Berges -que la transportó entre cristales, con un método muy primitivo si se compara con los de hoy día-, pero era necesario que se propagase y se perpetuase en los territorios del imperio. El método de Berges se encontraba con el problema de la conservación, pues la vacuna rápidamente perdía sus propiedades y su calidad preventiva. El doctor Francisco Xavier de Balmis y Berenger, elegido para encabezar la expedición por su formación, conocimiento de América y sus dotes organizativas y de mando, tuvo claro cuál podía ser la solución. Optó por la vacunación “brazo a brazo”, es decir, de una persona a otra, lo que permitía conservar el virus dentro del cuerpo humano para posteriormente introducirlo en otro. Se usarían para este cometido niños pequeños, pues tenían menos posibilidades de haber pasado la viruela.
EL AUGE DE A CORUÑA
Aunque en principio se piensa en el puerto de Cádiz como lugar de partida por su tradición americanista, finalmente se opta por el puerto de A Coruña. Desde mediados del siglo XVIII se habían establecido allí los buques-correo de ida y vuelta a La Habana, Montevideo o Buenos Aires, que también transportaban pasajeros y mercancías, pero la expedición hizo situarse a la localidad gallega como eje de comercio español. Estos buques-correo son los primeros que se plantean para llevar a cabo la expedición por ser ligeros y tener una comunicación frecuente con los territorios americanos. Sin embargo, su escasez y la necesidad de muchos operarios para manejarlos motivó que finalmente se recurriese al navío de un particular, Pedro del Barco, quien sería también capitán durante la expedición.

Que la ruta partieran de A Coruña supuso para la ciudad un impulso para su economía: “La expedición se presenta allí en septiembre y sale en noviembre, por lo que en esos dos meses genera una economía paralela. Los expedicionarios eran muy importantes para la Corona y, mientras estaban allí, hubo un aumento del consumo”, sostiene la historiadora Susana María Ramírez. Antes de la partida del navío, en noviembre de 1803, se manda una circular a todos los territorios por donde va a pasar la expedición con la idea de gestionar la logística, instando a las distintas regiones a preparar los auxilios necesarios para el viaje, como buques, carruajes y alojamiento, además de facilitar el paso a otros países vecinos.
Tenerife fue la primera parada de la Real Expedición. Desde esta isla se comenzó el proceso de inocular la vacuna a la población canaria a través de los niños portadores de la misma que viajaban en el barco. De allí se partió hacia América con el mismo mecanismo: De Tenerife se dirige a Puerto Rico, después a Caracas, La Habana, Campeche, Veracruz, Acapulco y Lima. Finalmente, llega a Filipinas y otras zonas del continente asiático.
Entre los miembros de la expedición se encontraban diez hombres, una mujer (la Rectora de la Casa de Expósitos de A Coruña, Isabel Zendal y Gómez, considerada la primera enfermera y hoy de actualidad por el hospital en Madrid que lleva su nombre) y los niños “vacuníferos”. Josep Salvany, mano derecha del Balmis, fue esencial en la expedición, pues al llegar a América se dividieron en dos grupos para agilizar el movimiento de la vacuna: Salvany iría a Sudamérica, mientras Balmis se dirigía a México y a Filipinas.

Uno de los grandes problemas fue la geografía del continente americano, que condicionó de forma radical la Real Expedición por la dificultad de acaparar todos los territorios y la comunicación entre ellos. Los caminos, describe la historiadora Susana María Ramírez, “eran angostos y tortuosos, lo que dificultaba el transporte de personas y mercancías. Para salvar este impedimento, hacían ‘uso’ de ‘indios porteadores’ de la tribu de los Quijos. De ellos, los denominados ‘estriberos’ transportaban a las personas que no querían o no podían hacer el viaje a pie, así como mercancías valiosas”. También los ríos dificultaban mucho el transporte y la comunicación por su gran caudal y cauce, ante lo que se construyeron una serie de puentes. El clima y los animales tampoco ayudaron a la supervivencia y salubridad de los expedicionarios, quienes caían enfermos o morían con frecuencia.
LA LOGÍSTICA DE LA DIFUSIÓN
Hubo muchos factores que incidieron en el éxito de la expedición. Entre ellos, el establecimiento de un calendario por parte de Balmis. “Viajaron 22 niños porque es el número que necesitaban para cruzar el Atlántico. Es algo que está muy pensado, ya no solo porque hay que vacunarlos (de dos en dos, por si acaso en uno no ‘prendía’), sino también porque había que alimentarlos y cuidarlos -cuestiones en las que Isabel Zendal desempeñó gran protagonismo-. Una vez desembarcan en América, la población vacunaba haciendo uso de los niños que hubiera en ese territorio, siempre que estos no hubiesen pasado la viruela”, explica Ramírez. Esto se traduciría en una perpetuación de la vacuna por todo el territorio, algo que no habían logrado los intentos anteriores de luchar contra la viruela. Gracias a que Balmis incorpora en el barco 500 ejemplares de la obra de Moreau de la Sarthe (‘Tratado histórico y práctico de la vacuna’), se ayuda a difundir la práctica médica de la vacunación.

Tras descubrir la vacuna, hubo que afrontar la difusión del descubrimiento. Primero, había que demostrar la utilidad de la vacuna (“ensalzando sus bondades y criticando otros métodos”, sostiene Ramírez), y luego, se debía persuadir a la ciudadanía para fomentar su uso. Para este propósito, a los libros de Moreau de Sarthe y a los diarios de Balmis se unió un semanario que crea en 1792 el primer ministro de Carlos IV, Manuel Godoy. La Corona Española conmina a suscribirse a todos los párrocos de territorios españoles. En la primera edición de esta revista semanal aparece información sobre la vacuna, lo que favorece la expansión del mensaje de la vacunación a través de las iglesias y la figura de los curas. Esta forma primitiva de campaña publicitaria fue posible gracias a la mejora de las comunicaciones, sobre todo en las zonas portuarias, en tanto que era más complicado en el interior. Ayudaron a la difusión de ideas y revistas científicas, lo que elevó notablemente el nivel de ciencia y de prácticas médicas.
CONTROL DEL TERRITORIO
Una vez prendida la vacuna, era esencial que esta se mantuviese viva en una población gracias a vacunaciones periódicas, y para ello, la historiadora Susana María Ramírez recuerda que “era necesario un control policial de la población, autoridad política sobre los municipios y asegurar un aporte de población más o menos constante como consecuencia de nacimientos o de la inmigración”. Esto deriva en la creación por parte de la Corona de una institución que pasa a organizar el aspecto sanitario: las Juntas de la Vacuna. Estas van a controlar las poblaciones más alejadas de la Corona y el aumento de la correspondencia y la comunicación entre territorios. Aunque en principio se trate de una cuestión científica, también se traduce en avances culturales, sociales, económicos y políticos en el continente americano. Esta perpetuación se consigue porque vacunan periódicamente, similar a la actuación que se está siguiendo actualmente con algunas vacunas del Covid-19. En el caso de la viruela, la vacuna maduraba a los nueve días y transcurrido ese tiempo se debía volver a preparar a los niños para ir a vacunar al siguiente lugar. Con su generalización, también se incidió en la necesidad de realizar revacunación las veces que fuera necesario, un método que ha llegado hasta nuestro tiempo y que se ha demostrado necesario para asegurar la inmunidad en muchos casos.